
Clara nunca se sintió la "princesa de papá". Por ese entonces, miraba a sus amigas extrañada, no entendía cómo era eso de sentirse la única en el mundo para una persona. Cómo un ser podía amar tanto a otro hasta el punto de resignar su propia realización personal. Pensaba que seguramente algo malo había en ella, algo que le impedía ser merecedora de semejante lugar en la vida de alguien. Clara, con sus pocos años pensaba en "cosas de grandes". Estos pensamientos sólo los compartía con su mochila, que a esa altura ya pesaba una tonelada. Uno de los primeros preceptos que aprendió a esa edad, fue que no hay amor eterno, ni nada que se le parezca. Aprendió a no reclamar ser amada, ésa era una de las cosas que no se piden. Con sus diez años, se construyó su propia armadura y se prometió que nadie mas la iba a hacer sentir así. Clara no espera nada de nadie, corre maratones invisibles contra su alma antes de que la alcance el dolor de la pérdida.
Si de algo estaba segura es que no podía detenerse a esperar, la espera no era uno de sus lugares preferidos en el mundo.
Sin embargo, de vez en cuando juega a ponerse el vestido de princesa... pero ése, ya es otro cuento.


