El humo del último cigarrillo mal apagado la despertó del letargo mental. Cuando una idea se le fija, no puede salir de esos
pensamientos. Atascada en un discurrir sin salida. Nada de lo que haga la hará
escapar de esa burbuja de palabras. Pueden pasar los días, las circunstancias, los hechos, y ella seguirá colgada en esa idea.
Necesitaba un poco de aire, despegar de ese aluvión de contradicciones. Agarró ese buzo desvencijado, los camel y las llaves. No necesitaba más.
Bajó las escaleras y salió hacia la calle. No tenía rumbo fijo. De repente, se encontro en la puerta del mismo bar en que solían charlar hasta cualquier hora, sin importar la hora, ni las obligaciones. Le pidió al mozo el primer gancia citrus de la noche. Y comenzó el exorcismo.
Deambulaba por las oscuras cornisas del pasado, del presente, del futuro.
¿Que hacer con esos pensamientos que recurrían una y otra vez?; ¿cómo expiarlos?
¿Cómo creer que estas palabras son diferentes a todas los dichas?, ¿qué señales para que esta foto sea distinta a las fotos anteriores?, ¿cómo no sentir que esto vivido, mañana pueden ser otros los protagonistas?; ¿cómo desterrar lo pasado para que no aparezca como fantasma reincidente?. Comprendía que el amor era una entidad casi espiritual. De creencias, de fe. Si de algo carecía en este momento, era de dogmas.
Dio por cerrado el debate interno de argumentos, pidió la cuenta y se fue... con la convicción de que esta emocionalidad, esta búsqueda conciente de melancolía, eran las necesaria para volver a escribir...
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