
Intentaba descifrar, cigarrillo tras cigarrillo, cómo habían llegado hasta ese lugar. En qué momento el destino los había cercado para que sus ojos realmente se miraran.
Clara no podía entender tanto regalo gratuito, tanto despliegue de buena fortuna. Estaba convencida que en algún momento recibiría el vuelto y seguramente lo pagaría con intereses. Le costaba no mirar con ojos entrecerrados la situación, los instantes.
Sin embargo, todo le parecía tan real que comenzaba a creer que algo así era capaz de pasarle a ella.
Noches inacabables, de charlas inagotables, de cafe y cigarrillos apilables infinitamente. Una capa invisible los arropaba donde nada de lo real importaba, donde el reloj detenía sus agujas en el instante en que se encontraban.
De noche, Lucas, emprendía una lucha interna contra viejos sueños que se resistian a actualizarse, que visitaban sus noches, sobresaltándolo. Ella sólo podía reirse, mientras lo miraba fundirse en esa guerra. Sólo quería acariciarlo y decirle que ya pasaba.
Sus manías y obsesiones le resultaban disparatadas... compartían carcajadas ante la aparición espontánea de alguna nueva. Y las tenía en todas las áreas: gastronómicas, estéticas, de relación, cotidianas...
Pero lo más disparatado de la situación para Clara, era la novedad de este encuentro. La novedad de encontrarse con alguien a quien no quería modificar. De quien no se le ocurría, a pesar de ser muy creativa para eso, qué cosas podrían molestarle al pasar los meses.
Será por eso, y por su imposibilidad de creer en la perdurabilidad de las cosas, que Clara pensaba cigarrillo tras cigarrillo, en qué momento el destino giró a su favor para poder mirarlo y verlo, para no buscarlo y encontrarlo...
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